WASHINGTON — En un momento de reflexión nacional acerca del racismo en Estados Unidos, su presidente, Donald Trump, es cada vez más un mero espectador.
No estuvo en las bancas de las iglesias de Minneapolis o Houston para despedir a George Floyd, el afroestadounidense cuya muerte desató protestas en todo el país. No ha hablado públicamente sobre como la forma en la que falleció mientras era detenido por la policía ha agitado la conciencia de millones de estadounidenses de todas las razas.
Y ha restado importancia a la noción de racismo sistémico en la aplicación de la ley, poniéndose repetidamente del lado de la policía frente a los manifestantes.
Al hacer esto, Trump recurre a muchos de los mismos instintos personales y políticos que le ayudaron a lograr el respaldo de estadounidenses descontentos, en su mayoría blancos, en las elecciones de 2016.
Sin embargo, parece estar quedándose atrás con respecto a una creciente mayoría de ciudadanos, incluyendo algunos de sus partidarios en política, deportes y cultura popular, que ven el deceso de Floyd como un claro punto de inflexión en la tensa historia racial de la nación.
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Esto no solo plantea dudas sobre la posición de Trump a menos de cinco meses de las elecciones presidenciales, sino que desafía también las expectativas de que, en la era moderna y más allá de sus tendencias políticas, los presidentes estadounidenses abogarán por la igualdad, especialmente en momentos de disturbios raciales.
“Lo que hemos visto desde que Donald Trump se convirtió en presidente es un rechazo completo de esa norma, y eso sigue siendo cierto hasta hoy en día”, dijo Russell Riley, profesor y copresidente del Programa de Historia Oral Presidencial en el Centro Miller de la Universidad de Virginia.
Para algunos de los críticos del presidente, su retórica, las políticas que ha tratado de implementar y el simple hecho de su elección son fundamentales para las discusiones sobre racismo que se están desarrollando en el país.
Trump, que habló de la existencia de “buenas personas en ambos bandos” en un enfrentamiento entre supremacistas blancos y contramanifestantes en las movilizaciones de 2017 en Charlottesville, Virginia, parece haber envalentonado a elementos racistas en el país, aunque ha dicho que desaprueba a los supremacistas.
Muchos republicanos y otras entidades con fuertes vínculos con los seguidores más fervientes de Trump han pasado los tres últimos años lidiando con la forma de dar cuenta de esa realidad. Pero esta semana, algunos han dado pasos adelante sin esperar las señales del dirigente.
El miércoles, NASCAR, que tiene una base de seguidores en los feudos de Trump en el sur, prohibió la bandera confederada en sus carreras y sedes.
El anuncio se produjo poco después de que el mandatario dijese que su gobierno “no considerará siquiera” rebautizar 10 bases del ejército que llevan el nombre de oficiales del ejército confederado, una medida que el secretario de Defensa, Mark Esper, dijo que estaba abierto a discutir.
Los asesores de la Casa Blanca han tenido problemas con el rol actual del presidente, especialmente porque muchas de sus declaraciones tras la muerte de Floyd solo han avivado las tensiones, incluyendo sus amenazas de enviar al ejército a los estados para frenar las protestas.
Algunos de sus colaboradores contemplaron un discurso a la nación sobre raza, pero sintieron que había poco que Trump pudiese decir en consecuencia en este momento.
“Un discurso que demostrase empatía, compasión, escucha, conciliación, una vía hacia adelante... no habría sido demasiado tarde”, apuntó Meena Bose, historiadora presidencial en la Universidad Hofstra. “Un discurso que no haga eso tal vez sea peor que la ausencia de discurso”.
Algunos de los esfuerzos de Trump para entrar en la conversación sobre racismo y brutalidad policial han sido desiguales, en el mejor de los casos.
El hermano de Floyd, Philonise Floyd, dijo que la llamada telefónica del mandatario fue “muy breve” y “no me dio siquiera la oportunidad de hablar”.
Philonise Floyd elogió sin embargo la que recibió de Joe Biden, el candidato demócrata a las presidenciales de noviembre, que también se reunió con la familia y grabó un mensaje en video que se mostró en el funeral del martes.
El miércoles, Trump participó en una mesa redonda con un puñado de sus seguidores afroestadounidenses, incluyendo el secretario de Vivienda, Ben Carson.
Pero en lugar de preguntarles por su experiencia, los asistentes se turnaron para elogiar al mandatario.
“Sr. presidente, ha sido poco menos que histórico para la América negra”, dijo Kareem Lanier, copresidente de Urban Revitalization Coalition Inc.
Floyd murió en el Día de los Caídos en Guerras cuando un agente blanco lo inmovilizó en el piso presionando su rodilla sobre el cuello de Floyd durante varios minutos, mientras los demás policías presentes no intervenían.
El incidente fue filmado en video y provocó movilizaciones en el país y alrededor del mundo por la brutalidad policial contra las minorías.
El deceso desató una oleada de indignación y frustración entre afroestadounidenses y ha llevado a muchos estadounidenses blancos a confrontar la forma en la que sus propios prejuicios y privilegios han contribuido al persistente racismo.
En muchas ciudades del país, las protestas han sido notablemente diversas.
Y a menos de tres semanas de la muerte de Floyd, hay algunos indicios de cambio real en la sociedad.
Una encuesta reciente de CNN mostró que el 67% de los estadounidenses creen que el sistema judicial penal favorece a los blancos, desde el 51% de 2016.
Además, señaló que dos tercios de los estadounidenses ven el racismo como un “gran problema” en la sociedad, frente a alrededor de la mitad de los que respondieron en octubre de 2016.
Trump mantiene desde hace años una tensa relación con la comunidad afroestadounidense.
A principios de la década de 1970, el Departamento de Justicia lo demandó junto a su padre por violar las leyes de vivienda justa al discriminar a solicitantes afroamericanos, durante años defendió la falsa acusación de que Obama no nació en Estados Unidos, y en discusiones privadas con asesores de la Casa Blanca se refirió a Haití y a naciones africanas como países “de mierda”.
Según sus críticos, este pasado supone que debería sorprender poco la forma en la que ha respondido a las crecientes protestas contra el persistente racismo en Estados Unidos.
“Lo que estamos viendo ahora mismo es solo la extensión de lo que siempre ha sentido”, dijo la representante demócrata de Ohio Marcia Fudge. “Está mostrando todos sus prejuicios y todas sus inclinaciones en un momento en que un líder real estaría intentando unir a la nación”.