DENVER - Horas después de escapar de la masacre en la secundaria Columbine, Missy Mendo durmió en la cama de sus padres. La adolescente de 14 años aún llevaba puestos los zapatos que usó ese día, cuando salió corriendo de su clase de matemáticas. Quería estar preparada para huir.
Veinticinco años más tarde, el trauma de aquel horrendo día aún la persigue.
Salió a relucir en 2017, cuando 60 personas fueron masacradas en un festival de música country en Las Vegas, una ciudad que había visitado en varias ocasiones cuando trabajaba en el sector de los juegos de azar. Afloró nuevamente en 2022, cuando 19 estudiantes y dos docentes fueron asesinados a disparos en una escuela de Uvalde, Texas.
Mendo se encontraba llenando la solicitud de inscripción de su hija a una guardería cuando se dio a conocer la noticia del tiroteo en Uvalde. Apenas pudo leer unas líneas antes de agachar la cabeza y romper en llanto.
“Sentí que nada había cambiado”, recuerda haber pensado.
Ha pasado un cuarto de siglo desde que dos jóvenes armados mataron a disparos a 12 de sus compañeros y a un maestro en Columbine, en los suburbios de Denver, un ataque transmitido en vivo por televisión y que abrió paso a la era moderna de los tiroteos escolares. Desde entonces, los traumas de ese día han perseguido a Mendo y a otras personas que sobrevivieron a la masacre.
Tuvieron que pasar años para que algunos de ellos se vieran a sí mismos como sobrevivientes de Columbine, ya que no habían sufrido heridas físicas. Sin embargo, el ruido de, por ejemplo, fuegos pirotécnicos aún les puede detonar recuerdos perturbadores. Las secuelas, a menudo ignoradas en aquella época, antes de que los problemas de salud mental fueran más aceptados, provocaron insomnio, deserción escolar y desvinculación marital o familiar en algunos de los sobrevivientes.
Sobrevivientes y otros miembros de la comunidad planean asistir a la vigilia con veladoras que se celebrará en la escalinata del Capitolio del estado el viernes en la noche, en la víspera del aniversario de la masacre.
Abril es un mes particularmente complicado para Mendo, ahora de 39 años. “Mi cerebro se vuelve papilla” todos los años, admitió. Llega antes a sus citas al dentista, pierde sus llaves o se olvida de cerrar la puerta del refrigerador.
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Depende de terapia y la comprensión de un creciente grupo de sobrevivientes de tiroteos a los que ha conocido a través de The Rebels Project, un grupo de apoyo financiado por otros sobrevivientes de Columbine luego de una balacera en la que un hombre armado asesinó a 12 personas dentro de una sala de cine en Aurora, un suburbio de Denver. A recomendación de otras sobrevivientes que son madres, Mendo comenzó a ver a un terapeuta después del primer cumpleaños de su hija.
Tras sufrir una crisis nerviosa con la noticia de Uvalde, Mendo, una madre soltera, dijo que habló con su mamá, salió a caminar para respirar un poco de aire fresco, y luego finalizó la solicitud de inscripción de su hija.
“¿Me daba miedo que ella pasara por el sistema de educación pública? Sin lugar a dudas”, dijo Mendo sobre su hija. “Quería que tuviera una vida lo mas normal posible”, indicó.
Los investigadores que han estudiado los efectos a largo plazo de la violencia por armas de fuego en las escuelas han cuantificado los obstáculos que enfrentan los sobrevivientes, incluidos los efectos académicos a largo plazo como el ausentismo y la baja tasa de inscripción universitaria, así como menores ingresos en su vida adulta.
“Contabilizar únicamente la pérdida de vidas no es precisamente la forma correcta de comprender el costo total de estas tragedias”, dijo Maya Rossin-Slater, profesora adjunta en el Departamento de Políticas Sanitarias de la Facultad de Medicina de la Universidad de Stanford.
Las masacres han reaparecido con impactante frecuencia desde Columbine, con casi 600 ataques en los que han muerto al menos cuatro personas, sin incluir al agresor, desde 2006, según datos recopilados por The Associated Press.
Más del 80% de las 3,045 víctimas de estos ataques murieron por heridas de armas de fuego.
A nivel nacional, cientos de miles de personas ha quedado expuestas a masacres escolares que a menudo no dejan un gran número de muertos pero siguen siendo traumáticas, indicó Rossin-Slater. El impacto puede durar toda una vida, añadió, dando como resultado “un potencial reducido un tanto persistente” entre los sobrevivientes.
Quienes estuvieron presentes aquel día en Columbine aseguran que los años posteriores les han dado tiempo para aprender más sobre qué fue lo que les pasó y cómo lidiar con ello.
Heather Martin, ahora con 42 años, cursaba su último año en Columbine en 1999. En la universidad comenzó a llorar durante un simulacro de incendios, dándose cuenta más adelante que una alarma de fuegos estuvo sonando por tres horas mientras ella y otros 60 alumnos se resguardaron dentro de una oficina durante el tiroteo en la secundaria. No pudo volver a esa clase y se le anotaron ausencias desde entonces. Cuenta que reprobó después de negarse a escribir un ensayo final sobre violencia escolar, a pesar de contarle a su profesor sobre su experiencia en Columbine.
Le tomó 10 años verse a sí misma como una sobreviviente, después de que fue invitada junto con los demás alumnos de la generación 1999 a un evento de aniversario. Vio como algunos de sus compañeros tenían problemas similares, y casi de inmediato decidió volver a la universidad para convertirse en maestra.
Martin, cofundadora de The Rebels Project, nombre en honor a la mascota de Columbine, asegura que 25 años le han dado tiempo para enfrentar sus problemas y trabajar para resolverlos.
“Me conozco a mí misma tan bien ahora y sé cómo respondo a cosas y qué podría activarme y cómo puedo recuperarme y estar bien. Y, aún más importante, creo que puedo reconocer cuando no estoy bien y cuando necesito ayuda”, señaló.