WASHINGTON — Cuando quedaba apenas una semana para las elecciones y los sondeos se mostraban ajustados, Joe Biden apostó fuerte.
Viajó a Warm Springs, la localidad de Georgia cuyas aguas termales aliviaron a Franklin Delano Roosevelt de los efectos de la polio, y prometió una reforma del tejido económico y normativo estadounidense inaudito desde el New Deal de Roosevelt.
Evocar una de las reformas más profundas de la historia estadounidense ayudó a Biden a derrocar al presidente, Donald Trump, pero le dejó con grandes promesas que cumplir.
Y tratará de cumplirlas en un contexto de gran división interna y con una pandemia que ha matado a más de 400,000 estadounidenses y trastocado la economía.
Un cambio de ese calibre sería difícil de imaginar bajo cualquier circunstancia, mucho más ahora.
Comenzará su mandato con los demócratas aferrados a un ajustada mayoría en la Cámara de Representantes y el Senado, y tras ganar unas elecciones en las que 74 millones de personas votaron a su rival.
E incluso si su gobierno logra la mayoría de sus objetivos con proyectos de ley o decretos presidenciales, son acciones que podrían ser revocadas por una Corte Suprema controlada ahora por conservadores por mayoría de 6 a 3.
Aun así, los esfuerzos comenzarán pronto. Washington se prepara para docenas de decretos a partir del miércoles y durante los primeros 10 días del gobierno, así como iniciativas legislativas sobre ayudas para la pandemia, inmigración y otros temas, y que empezarán a tramitarse en el Congreso.
¿Ha prometido Biden más de lo que puede cumplir? Él cree que no. Sugiere que puede lograr incluso más de lo prometido.
Él y su equipo, afirma, “lo haremos lo mejor que podamos para superar todas las expectativas que tienen ustedes para el país y las expectativas que tenemos nosotros”.
Algunos demócratas dicen que Biden hace bien en dar grandes esperanzas, aunque sean conscientes de que tendrá que hacer concesiones, en lugar de empezar con objetivos modestos y tener que reducirlos aún más.
“No puedes decirle a un país que está hambriento, inseguro, en algunos lugares asustado y cuya economía se ha paralizado (...) que tuviste que reducir la petición de su gobierno porque tienes un estrecho margen para gobernar”, dijo el exgobernador de Massachusetts Deval Patrick, que se enfrentó a Biden en las primarias demócratas.
Los nuevos presidentes suelen disfrutar de un periodo de luna de miel que les ayuda en el Congreso, y las posibilidades de que Biden mejoraron tras las victorias demócratas de este mes en dos elecciones especiales al Senado en Georgia.
También podría recibir ayuda de la indignación pública por la letal y armada insurrección en el Capitolio de Estados Unidos realizada por partidarios de Trump.
Los asesores de Biden han reconocido que les esperan duras batallas.
Tienen en mente una estrategia habitual en Washington: consolidar varias ideas grandes en grandes paquetes legislativos, de modo que los parlamentarios que quieren aprobar medidas populares tienen que aceptar también otras medidas más controvertidas.
Otra estrategia es alcanzar objetivos con decretos presidenciales.
Hacerlo permite eludir al Congreso, pero hace que sea más fácil cambiar las medidas en tribunales.
Trump recurrió mucho a los decretos para algunas de sus medidas más polémicas, por ejemplo en control de fronteras y medio ambiente, pero a menudo, las cortes federales se interpusieron en sus planes.
La máxima prioridad de Biden es que el Congreso apruebe el plan de $1,900 millones para administrar 100 millones de vacunas en los primeros 100 días de su gobierno, además de enviar pagos directos de $1,400 a los estadounidenses para estimular una economía devastada por el virus.
Eso no es fácil, aunque a todo el mundo le guste recibir dinero del gobierno.
Es probable que cualquier pago de esa clase vaya acompañado de medidas a las que se oponen muchos legisladores, quizá la propuesta de imponer un salario mínimo de $15.
Y el paquete de alivio de Biden tendrá que aprobarse en un Senado saturado con confirmar a los miembros elegidos para su gabinete y celebrar el posible juicio político de Trump.
Pese a todo, el aluvión de medidas está en camino.
Biden ha prometido dedicar el primer día de su mandato a extender el aplazamiento en los pagos de préstamos estudiantiles, iniciar el proceso para que Estados Unidos vuelva a sumarse a la Organización Mundial de la Salud y al Acuerdo Climático de París y pedir a los estadounidenses que se comprometan a llevar mascarillas durante 100 días.
Tiene previsto recurrir a decretos presidenciales para revocar el veto del gobierno de Trump a los inmigrantes de varios países de mayoría musulmana y eliminar las exenciones a los impuestos corporativos cuando sea posible, además de multiplicar por dos los impuestos que pagan las empresas estadounidenses sobre sus beneficios en el extranjero.
También ese día, Biden ha prometido crear equipos de trabajo para abordar la situación de las personas sin hogar y para reunir a padres inmigrantes con niños de los que fueron separados en la frontera entre México y Estados Unidos.
Tiene previsto enviar propuestas de ley al Congreso para exigir revisiones de antecedentes más exhaustivas para los compradores de armas, eliminar las exenciones de responsabilidad civil para los fabricantes de armas y abrir una vía a la ciudadanía para los 11 millones de indocumentados que residen en el país.
El nuevo presidente quiere relajar de forma inmediata los límites a que los trabajadores federales se sindiquen, revocar los esfuerzos de Trump de retirar 100 normas medioambientales y de salud pública introducidas durante los mandatos de Obama y crear normas para limitar la influencia corporativa sobre su gobierno y garantizar la independencia del Departamento de Justicia.
También prometió poner en marcha 100 centros de vacunación con personal federal de emergencias durante su primer mes en la Casa Blanca.
Biden dice que utilizará la Ley de Defensa de la Producción para aumentar los suministros de vacunas y garantizar que la pandemia se controla lo suficiente en sus primeros 100 días de su gobierno como para que la mayoría de las escuelas públicas reabran en todo el país.
También prometió que para entonces se habría creado una comisión para supervisar la labor policial y combatir el racismo institucional.
Entre otras iniciativas urgentes están volver a unirse al acuerdo nuclear entre Estados Unidos e Irán, un paquete climático de $2,000 millones para que Estados Unidos alcance emisiones neutras de dióxido de carbono para 2050, un plan para gastar $700,000 millones en impulsar la manifactura y la investigación y desarrollo, y un proyecto para incluir una “opción pública” en la ley sanitaria del gobierno de Obama.
Quizá perdido en ese frenesí de promesas, sin embargo, está el hecho de que los más de 80 millones de votantes que apoyaron a Biden podrían haberlo hecho para oponerse a Trump, no porque estén entusiasmados con un ambicioso proyecto demócrata.
La victoria del presidente electo podría no haber sido un mandato para llevar tan hacia la izquierda a un país que se reveló básicamente centrista en los últimos comicios.
El estratega republicano Matt Mackowiak predijo predijo un apoyo inicial republicano para los planes de gasto de Biden contra el coronavirus y de estímulo económico, pero dijo que esa ayuda podría evaporarse con rapidez si “sacan un montón de decretos ejecutivos de izquierdas el primer día”.
“No puedes ser bipartidista por un lado y de izquierdas por el otro”, dijo Mackowiak, “y confiar en que los republicanos no se den cuenta”.
Biden tuvo un asiento de primera fila como vicepresidente cuando Barack Obama asumió el cargo en 2009 y prometió ir más allá de la política de partidos ante una multitud reunida en el National Mall.
Su gobierno aprovechó sus grandes mayorías para supervisar el lento crecimiento económico tras la crisis financiera de 2008 y aprobó la ley sanitaria que ahora quiere ampliar Biden.
Pero Obama no logró aprobar leyes importantes sobre cambio climático, ética o inmigración. Tampoco consiguió cerrar el campo de detención estadounidense en la Bahía de Guantánamo, en Cuba, que permanece abierto al día de hoy.
No haber cumplido las promesas de entonces no ha hecho más comedido a Biden.
Reconoce que hace siquiera una pequeña parte de lo que quiere supondría acumular un enorme déficit, pero afirma que Estados Unidos tiene un “imperativo económico” y una “obligación moral” de hacerlo.
Kelly Dietrich, fundador del Comité Nacional Demócrata de Formación y exrecaudador de fondos del partido, dijo que las divisiones fomentadas por Trump darían a Biden una oportunidad única de tomar medidas de inmediato e ignorar a los críticos conservadores que “van a quejarse y patalear e inventarse cosas” y decir que los socialistas “vienen a patear a tu cachorro”.
Biden y su equipo harían bien en ignorar a cualquiera que no crea que deban aspirar a mucho, señaló.
“No deberían distraerse por gente que cree que es decepcionante o que no puede hacerse”, dijo Dietrich. “Abrumen a la gente con acciones. Ningún gobierno, cuando ha terminado, dice ‘Hicimos demasiado en los primeros 100 días’”.